Ella se compone de océanos,
de barcas silenciosas,
de palabras sagradas.
Pertenece a otro reino.
Edifica la pureza en torres de aromas peligrosos.
Es el trozo imperial de la luna.
En ella nacen y mueren los huracanes.
Sus ojos de linóleo y mármol,
su tinta clásica,
su cabellera plagada de espíritus.
Corre por los muelles somnolientos,
por la huella del cáos,
y deja pasar la canción dolorosa.
Visión carenada, guardiana terrestre;
una cigüeña cayendo al abismo,
una estatua arrepentida que susurra cada noche mi nombre.
Esconde el horror bajo mi puerta,
mece la corona antigua
y a veces me da a beber de mi inconciencia envenenada.
En su piel se inclinan a rezar los pecadores.
El coral y el pájaro asoman de su frente
y juntos esperan el amanecer.
(Sus lágrimas llaman a todos los corderos.)
Yo nunca supe pronunciar su nombre
No me atreví a mirarla.
Imité cada uno de sus gestos
la busqué en los océanos donde se unen las esferas de la muerte y la vida....
Calavera insistente,
multitud de cuchillos...
Mi comunión la aguarda y la secunda,
mi fantasma la finge y la adormece.
Con mi flor turbulenta la persigo
para que se detenga
y me hable en aromas que ella –solamente- conoce.
Pero nada la conmueve.
Hoy pasó frente a mí sin detenerse
y dejo caer a su paso
la huella perfecta, inconfundible,
de la purificación.
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