Con Gonzalo Arango
Cuando nadie me conocía ya era fantasma y en el mundo de la opresión y de la muerte me hallaba con una rosa y un remordimiento. Tenía en los ojos la soledad de los prostíbulos, la piedad del Huerto y cierta lágrima que por centurias ha ocultado la madre de las hienas. Posé mi quebranto en el pan del infierno; bebí la sangre inextinguible que surgió de la tierra y el líquido penúltimo del Mar.
Cuando nadie me conocía ya era poeta. Y era Mar.
Pronuncié mi nombre en el Altar Prohibido, copulé con la noche y me expulsaron con azufre de exorcismo y excomunión.
Del búho al ángel me separó un abismo; y me tendió una trampa ante los muertos.
Cuando nadie me conocía ya era un piano y un girasol era mi música y una mano me envolvía; y un maniquí me tomaba por los cabellos hasta arrancar estas palabras de un tintero de veneno purificador: “Por eso siempre tuve calma en el infierno”
Cuando nadie me conocía ya era un retoño acunado en el miedo...
Mi hogar eran los extramuros que cubrían la noche, las ruinas y los nidos de las águilas.
Nunca me invitaron a roer el pan del poder, por eso me devoré los nombres de los pecadores y pertenecí al Adán que arrancó su costilla, a la araña que tejió la delicada torre por donde me paseo y la rosa que con cada pétalo tendió el camino.
Cuando nadie me conocía ya era fantasma, por eso siempre me sentí segura en las tinieblas.
Y nada me separa de la Muerte.
¿Esa muerte desnuda y perfumada se desprendió de pronto y me dio vida?
Entonces,
Es natural que aún, nadie me reconozca.
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