viernes, 28 de enero de 2011

DIOS TERRESTRE (A LOS HIJOS)

“Acércate, hijo mío, tu Padre quiere hablarte”


Mira este campo, hijo mío, sobre él esperé tu llegada, como se aguarda la primera semilla.
Convoqué a todas las criaturas para que me ayudaran a construir un palacio sobre esta pocilga sangrienta. Con un pañuelo que temblaba en el aire, y el terror peinando mis cabellos.
Pedí a la luna que transformara al padre melancólico que soy con todas sus memorias furiosas.
Dejé cada noche al buhonero un chelín en el umbral, para reunir ante tu presencia todas mis miserias.
Yo creí que el camino no era mío, y hervía en las zonas más abruptas y secas como un perro loco.
Esperé hasta el deshielo,  tomé un calendario y un crucifijo, y un pañuelo bordado por manos perfectas. Entonces fue en la Santa Noche de la Concepción cuando supe que vendrías, y mi corazón latió más de prisa y un cordero tiritaba en mi regazo, y sonaron las campanillas del heno, y yo te oía respirar, mi niño, respirar como un dios terrestre.

Todo comenzó cuando tu llanto perfumó las cosechas, y llegaste de pronto como una columna de fuego; cuando toqué tu frente bajo el arco divino y la vida bailaba una polka.
Tu sonrisa fue el contorno luminoso para mis bronces negros y el barro dorado para la bahía.

Y hoy quiero mostrarte cómo es la Tierra, cómo se transformó el mundo el día en que naciste.

Es la siembra que engrandece el firmamento, y es el terror que ya no crece, y es la Palabra que sana, y el cordero que tiembla, y la vida que baila una polka, y este pañuelo al aire y mi corazón que late más de prisa...
Y eres tú mi cosecha:                               ¡ALABA ESTE CAMPO, HIJO MÍO!

No hay comentarios:

Publicar un comentario