Como una reina muda envuelta en tu carruaje helado
sumerges la cabellera triunfal en el espejo.
Oh Soberana,
yo acaricié la sombra inmortal de tu manto sagrado
y crucé la tiniebla y el crucifijo errante
y me salvé de ti.
Yo supe dónde ibas
con la hiedra quemándote los labios.
Oh! Suprema insignia de un ritual de quimeras,
alzas la frente al lobo muerto en el fanal de tus gemidos
y te detienes a lamer sus entrañas.
Es tu viaje y tu silencio
el cadáver perlado donde habita la angustia
Es todo lo inmóvil.
Es la voz del incendio.
Y no vuelves.
Y avanzas poderosa y ciega.
Y pierdes el camino dejando tu presencia y un rumor de alabanzas
y te escondes tras una multitud de anillos
y las montañas gritan tu nombre
como un coro desbocado donde crecen los pájaros.
y un relincho perpetuo se levanta y te anuncia...
y una lámpara demente se apodera de ti
Con gritos y blasfemias
te condenas a honrar los jirones de un pedestal vacío
y arrojas tu corona a un museo terrible
y la conviertes en tu estatua siniestra
y te arrancas el vestido
y rellenas tu carne con los perros del agua
y sacudes en la niebla todos tus encantos
hasta quebrarte los huesos contra las paredes
de la Casa Final.
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