Ellos están solos
detrás de los cuadros que no existen
trazando curvas en lo alto de un águila
girando entre formas pequeñas a la tiza,
como cuchillos celestiales,
tocando vírgenes,
llegando pero huyendo como un héroe perpetuo.
Con alas escondidas me arrodillé y crecí
hasta hallar el amor
pero jamás me encuentran.
Acercan sus tintas y sus cabelleras,
me roban el espacio,
trepan hasta mi sangre a volcar el infierno,
a crear la belleza, a recrearlo todo.
(¿Lo diré de nuevo?: A recrearlo todo)
Pero con voces de náufrago:
La Gran Tribu Caliente.
Ellos no comprenden,
se multiplican,
se agolpan en mí en sílabas y estrellas,
en mitad del sueño,
detrás de la columna que ve morir al mar,
junto a las joyas que una a una
me conceden la última dosis de miseria.
Ellos entretejen la noche,
están más cerca y más lejos de la tierra...
(¿...Detrás de la campana invisible?
¿En un espejo errante?
¿en un reloj de sombra?
¡en la materia infinita que pronuncia el sosiego?)
No.
No pueden siquiera salvarme “con la superficie incendiada de una caricia”
con las manos rotas y habitadas por culebras.
No pueden venir “con esos esqueletos de pájaros oxidados”
¿Cómo podrán salvarme?
¿Cómo podrán cuidar de mí cortándome los labios y las manos?
Sólo queda un surco de locura donde antes hubo una caricia,
un sueño que una herida hizo en la medianoche,
la semihuella de un túnel que conduce a mí mismo.
Un sonido,
una pared que me detiene,
“una loca desnuda en la noche”
y el consuelo
y lo no pronunciado desde la voz augusta
entre cárceles rabiosas de eterna perdición.
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