Había una vez un gato que hablaba como un esquimal, tejía hilos de oro en los pétalos de las flores y apagaba incendios. Su hermano estaba celoso y se parecía a un árbol cuando un automóvil se lo lleva por delante. Dormía en un surco junto a un cohete espacial y comía las algas que se iban cayendo de los puentes colgantes. Algunos lo llamaban por su nombre pero él no contestaba. Solía escuchar canciones de cuna y mirarse fijamente al espejo para ver si crecía. Su mayor anhelo era convertirse en piraña y practicar buceo. Sus familiares pensaban que vivía en París, y le enviaban cartas que, ciertamente , no le llegaban nunca, porque él vivía en otra parte. Lo hacía muy felíz descansar a la sombra y era extremadamente adorable con los pájaros. Respetaba a los semáforos y veía con agrado el movimiento natural y pausado del Universo ya que según éste amable personaje, la sabiduría consistía en confiar en los procesos y aprender de ellos. Era un poco arrogante con las piedras, y los viajes lo hacían sentir inquieto. Sin embargo su principal deleite se basaba en perturbar a las mariposas y conversar con los animales más pequeños o más grandes qué él, sólo para saber cómo eran sus vidas. Siempre llevaba consigo un vaso, una llave y una vela, pero jamás le sirvieron de nada. Cuando sentía cansancio llamaba a una araña y se la ponía en la cabeza. Caminaba misteriosamente por los espacios que se formaban cuando los ángeles dejaban la tierra. Huía de los gitanos y repetía incesantemente la palabra Esmeralda porque le daba suerte y se sentía más seguro en sus aventuras. Un día encontró un niño que comenzó a contarle un cuento, y se durmió tan profundamente que sin querer se transformó en un gato normal y apareció durmiendo en su canasto de mimbre en una mañana soleada con una mariposa apoyada en su naríz. FIN.
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